Por Víctor Ardura.-
(22-08-12) Eran las nueve y media de la mañana, minutos más o menos. Los alumnos de la escuela Secundaria Técnica No. 14 “Cinco de mayo”, regresaron al ciclo escolar pero no a clases, sino a una suerte de espera para recibir a alguien todo poderoso. Los maestros dieron a los alumnos una botella de agua y una barra de avena. Otros planeaban lo que iba a ser un evento.
Víctor, alumno de la secundaria, había llegado y se había mostrado sorprendido por la fiesta que se estaba realizando. Sólo después se enteraría de que iban a llegar el Presidente Felipe Calderón y la sempiterna líder del sindicato de maestros, Elba Esther Gordillo. Como muchos, la noticia no le cayó nada bien.
A las diez comenzó el apresurado e incógnito evento. En sillas y gradas, en el patio, una Banda de Guerra de alumnos amenizaba el evento. Una alumna de tercer grado fue designada para hablar de las maravillas de la educación. El Presidente y Elba, juntos en el patio, veían con agrado a la alumna que decía una pieza monótona. Después de terminar siguió un maestro y posteriormente Elba Esther Gordillo.
Víctor y sus compañeros recibieron, mientras la señora hablaba incongruencias, una oratoria divertida. Entre las muchas cosas que dijo, disparates de los cuales no se cansó –una compañera de Víctor llevaba muy bien la contabilidad, diez y seis incongruencias, por lo menos-
El discurso de Elba Esther Gordillo provocó amables disparates, dijo que había dos mil treintaicinco mil maestros, celebró a los atletas olímpicos, particularmente a los beisbolistas (jajajaja) que nos trajeron medalla de oro, etcétera.
Aunque se trataba de “la Maestra” era obvio que sus clases de oratoria se le habían olvidado. De hecho Víctor y sus compañeros estaban divertidos ante tremendas rebusnancias. Siguió el turno de Felipe Calderón Hinojosa. El Presidente salvó la pésima oratoria y dio una receta temporal para demostrar que tenía una política educativa: por ley todos estaban obligados a acudir a la escuela y con la ayuda del sindicato se daban maestros dignos.
Ese fue el primer día de clases en el que Víctor se divirtió de lo lindo, al igual que sus compañeros. Al final de cuentas ese primer día tuvieron al menos hora y media de enseñanza. Se acordaban más al salir, como dijo una alumna, de los diez y seis errores de la maestra gordillo, que del discurso de ella, del Presidente y del maestro.