Por Noemí Avilés.-
Habrá quien diga que una disculpa por parte de HSBC es suficiente para bajar sentencia y lograr sólo una sanción administrativa. Sin embargo los mexicanos nos quedamos absortos ante la incertidumbre en materia de justicia en nuestro país. Pues sabemos que no es lo mismo un juicio aplicado a un ciudadano promedio que a una institución bancaria, como es el caso.
Tampoco descartamos las consecuencias que una amonestación aplicada con todo el peso de la ley implicaría en el sistema económico mexicano. Sin embargo, más allá de sentar precedente mediante sanción y las disculpas de la institución financiera, los ciudadanos esperamos brazo firme en la impartición de la justicia, imparcialidad y transparencia. La construcción de una democracia como la que sentimos debemos construir, así lo exige.
No podemos evitar, en sentido general, relacionar la sentencia o tan solo su indicio con blandura; esta nos dice que aún existe la disección social establecida por el grado de influencia que se pueda tener, en este caso la de la institución bancaria con el gobierno en turno. Esto es, en México tenemos al grupo de privilegiados y al que no lo es, es decir los pobres en todo el sentido de la palabra. Porque ¿quién que no sea, ha conocido o sea enterado de casos en los que a un ciudadano promedio al cometer una falta o incurrir en infracción a las leyes, de la índole que fuere, se le aplica la ley con todo el rigor que la subjetividad del juez impere?
Algo es claro, sin lugar a dudas, existe en nuestro país el grupo que conforma la riqueza e influencia de otros, los poderosos, que afirma su poderío sobre la vulnerabilidad de otros; el grupo que pueden faltar gravemente a las leyes nacionales sin mayor problema ni sanción, algo que a ojos vista se vería agravado al arribar PRI al poder. Y al buen entendedor pocas palabras, -no habría que descartar la invitación de Felipe Calderón Hinojosa a Peña Nieto a los Pinos para hablar, tratar asuntos del relevo de «administración»-.
Cuenta en nuestro haber el entendido de cierta tradición de este partido por el tiempo, si así queremos verlo, o por la experiencia que lo mantuvo en el poder antaño, incluso si lo ponemos en términos de su regreso al poder mediante tácticas sabidas y confirmadas por aquellos, los vulnerables. Tradición por doquier. Costumbre de hacer. Constancia de imposición. Eso es el PRI. Y justo eso es lo que empeoraría el panorama de corrupción, pues si en algo hemos visto han cambiado y mejorado es en hacer fraude bien cubierto al grado de responder ante la solicitud legal del esclarecimiento de las elecciones pasadas por López Obrador y por la sociedad organizada, con 30 abogados y personajes políticos priistas como Felipe Solís Acero y el general del «ejército» jurídico-electoral Jesús Murillo Karam.
Por otro lado tenemos el aliento, la contraparte de un movimiento que se distingue por atender la demanda de los vulnerables, del pueblo, -o en términos de la hija de Peña Nieto, la prole-. Una izquierda que poco a poco ha entendido que la vía pacífica es la opción conveniente ante una sociedad informada y educada, gracias al arribo de otra forma de ejercer la administración pública cuando partidos de otra ideología han modificado la realidad ciudadana mediante programas sociales cuya tendencia fue el equilibrio social y económico.
Dos mundos hemos experimentado y justo por eso una buena e informada parte de la sociedad exige claridad de comicios. El procesos de impugnaciones han llegado al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Los priistas se preparan para la réplica. Le juego, de nuevo, ha comenzado… ¿Alguna vez terminó? No para la esperanza de un número sensible de ciudadanos.