Estudios sobre las transiciones a la democracia en América Latina, enfocadas particularmente a los análisis de lo elementos y características de los procesos de accenso de las izquierdas partidarias al poder público nacional, subnacional y local, ponen en evidencia que somos un país que tiene más de cuatro décadas en las que se viene hablando de este tema que por ser tan común ha ido perdiendo sentido, por lo que vivimos actualmente en México las alternancias políticas no garantizan que constatemos su significado real, por el contrario, vivimos una especie de posmodernismo político, que nos está hundiendo como sociedad en un preocupantemente «social-conformismo» que bien a bien no sabemos en que momento podamos alcanzar el cambio y la transición democrática.
Por diversas razones personales que no vienen al caso comentar, soy como miles de mexicanos y mexicanas que hemos participado desde la izquierda social, cívica y partidaria en este largo y accidentado proceso, desde que tenemos uso de razón política vivimos y no hemos oído hablar de otras cosas que no sean en torno a la lucha contra la crisis económica, la barbarie política, las vías del desarrollo y la transición a la democracia.
Como generación contemporánea, bien podemos afirmar que este proceso se inicio con el movimiento estudiantil y popular de 1968 y la consabida y brutal represión del Estado Mexicano, al igual que con el «halconazo en 1971», durante estos años muchos y muchas despertamos a eso de la «política», en mi caso siendo estudiante del Instituto Politécnico Nacional; este proceso de la lucha de clases en nuestro país y sus conclusiones sociales y políticas nos permitieron arribar a la toma de conciencia sobre la realidad social, económica y política de México, descubrir la necesidad y posibilidad de luchar por el cambio democrático.
Así empezamos a abrir caminos de la participación desde la izquierda social y política contra el partido de estado, contra el «PRI Gobierno», contra ese partido que gobernó por poco más de 70 años y que ahora amenaza con volver por sus fueros, sin que tengamos la constatación a juzgar por lo hecho en los Estados y municipios que han gobernado y gobiernan en tanto han estado fuera del poder nacional por más de una década.
Desde los años de las décadas de los 60´s y 70´s se lucha por la transición a la democracia, aún cuando se le llamara de diferentes formas, a través de las organizaciones estudiantiles, campesinas, de los movimientos urbano popular, magisterial, obrero, indígena y la lucha armada rural y urbana, años de un ascenso real del movimiento de masas y las coordinaciones sectoriales y de la izquierda social y partidaria.
Sin embargo y a riesgo de simplificar demasiado, no fue hasta el surgimiento de la extraordinaria insurgencia cívico electoral de 1988, cuando se volvió a sentir y mirar que había una real posibilidad de la transición a la democracia, al igual que en 1968 le sucedieron un conjunto de movimientos, luchas y reivindicaciones que sin duda alcanzaron importantes logros sociales, económicos y políticos, pero no la transición a la democracia, una vez más aplazada.
Un tercer momento importante que logro visualizar desde la izquierda en este rápido recorrido histórico, fue en el 2006 con la candidatura a la Presidencia de la República de Andrés Manuel López Obrador, ni siquiera en el 2006 estuvimos tan cerca del triunfo electoral definitivo como en 1988 y en el 2006; las cosas indiscutiblemente han empeorado en nuestro país durante los dos sexenios de los gobiernos panistas, una izquierda que no ha estado a la altura de las necesidades y exigencias de la mayoría del pueblo de México, seguimos siendo una sociedad en permanente crisis social, económica y política como hace cuarenta años, ha juzgar por lo que actualmente vivimos no hay elementos objetivos y certeza de que el 2012 sea la última estación de esta larga y accidentada travesía para llegar a la transición a la democracia.
Las causas están a la vista, la economía y la sociedad del libre mercado generan desintegración social, territorial y política, promueven la cultura individualista a través de la ideología de la alta productividad y competitividad sistémica en lugar la promoción de la capacidad asociativa y colaborativa, esta ideología neoliberal impide nuestro desarrollo endógeno a partir de las premisas éticas de la sustentabilidad, la equidad, la justicia social y la participación sustantiva de la ciudadanía en los asuntos de interés público.
El conformismo social imperante, se manifiesta tanto en la dimensión colectiva como en la individual, vivimos en un orden donde se pierde la relación entre hacer y pensar, esto es justamente lo que permite el surgimiento de la personalidad y carácter conformista, el yo ético-consciente es reemplazado por el yo autocomplaciente y acrítico, lentamente se impone un orden social que anula la voluntad, inhibe la conciencia y destruye los valores éticos, desarticulando la posibilidad generadora de una ciudadanía que elimina la importancia de la actividad política y se traduce en una ciudadanía social conformista.
No es cierto que sólo los partidos políticos y la izquierda electoral han fallado y en muchos casos traicionado al pueblo de México, las organizaciones sociales urbanas, campesinas, indígenas, obreras, gremiales, magisteriales y académicas también han fallado; por estas razones vemos que sus principales actividades se enfocan fundamentalmente a problemas de tipo práctico y economicistas de «sobrevivencia», que finalmente reproducen y afianzan el sistema que decimos combatir.
La izquierda mexicana social y partidaria enfrenta un serio colapso ético-político, una crisis de principios, valores, identidad y pertenencia, de la ausencia de paradigmas organizativos, programáticos, ideológicos y políticos, frente a un gran conformismo social-político que se traduce en un lamentable pragmatismo salvaje de nuestra clase social y política, redundando en la indiscutible falta de credibilidad de las instituciones sociales, políticas y gubernamentales.
Es por ello que durante nuestra larga y accidentada transición democrática de poco más de cuatro décadas no hemos podido construir una sociedad civil consciente, organizada, sólida y participativa en los asuntos políticos, que impida el avance de la derecha, de las fuerzas retardatarias y reaccionarias y ahora la inminente amenaza de la restauración del viejo régimen con el posible regreso del PRI al gobierno nacional en el 2012.
La construcción de un nuevo imaginario social-político requiere inevitablemente de nuevos principios de organización y acciones políticas, que establezcan nuevas estructuras mentales individuales y colectivas para un nuevo orden social, económico y político, una nueva relación entre el “pensar y hacer”, que derrumbe ese enorme muro del “conformismo social-político” y de lucha salvaje electoral del «poder por el poder» que nos tiene cercados e inmovilizados y sin posibilidades reales de llegar a la tan nombrada y anhelada transición a la democracia en nuestro país.