Por Víctor Ardura.-
Hay un accidente. Los sobrevivientes de una nave aérea colapsada, niños y adolescentes. La isla a la que han ido a parar milagrosamente, argumento obliga, no parece estar habitada. Es un peñón salvaje, indómito, y pleno de retos. Las necesidades desobrevivencia orillan al grupo, antes compacto a la toma de decisiones: optar por guardar los pocos valores de la civilización, o, dejarse subyugar por el ambiente de barbarie que se respira en la isla. Es la crónica de una degradación: la única forma democrática de asambleísmo es la palabra para quien tenga la posesión de un caracol habilitado para ello. Esta forma rupestre pero efectiva es sustituida de buenas a primera por un fetiche de violencia, la cabeza de un cerdo al que han cazado y han empalado en algún lugar de la isla. La palabra es derrotada por el anti logos de la barbarie.
Este es, en síntesis, el argumento de esa espléndida novela escrita por William Goldwind y que lleva el título El Señor de las Moscas, (Círculo de Lectores, Madrid, España. 1979) Si alguna actividad humana está urgida de lenguaje es la política. Hoy que asistimos al ejercicio de gobierno con un partido distinto del que ha gobernado a Michoacán en los últimos diez años, urge que la palabra busque mejores formas de comunicación con los ciudadanos e, incluso, con los adversarios. En este terreno los políticos del PRI, si nos
atenemos a las evidencias, no han cambiado. Siguen con la idea fija de presentar adjetivos en lugar de argumentos, de ofrecer pródigos puntos de vista que ni siquiera alcanzan la categoría de argumento por autoridad. Y ejemplos hay varios. Ahí está el caso del candidato al Senado de la República, Ascención Orihuela Bárcenas, quien afirmó ante los medios que el nuevo gobernador, Fausto Vallejo Figueroa, encontró un panorama complicado. Desde su punto de vista los 10 años de izquierda han significado retrocesos en áreas sensibles como la educación, la economía, la inseguridad y la salud.
Tales afirmaciones se han repetido a manera de eco en legisladores locales y en no pocos miembros de la nomenclatura priista. Pero más allá del dudoso dicho de estos prohombres, están las evidencias, los datos duros. En Michoacán no se había hecho tanto por la gente en tan corto tiempo, y en materia de argumentos los ejemplos de carne y hueso son los que valen, no las tonterías mediáticas.
En una década se potenció el gasto en educación. Hoy hay más michoacanos alfabetizados, la educación obligatoria y gratuita es universal y hay muchos más campos universitarios que en los tiempos del PRI.
En 10 años el gasto en salud colocó a Michoacán en la vanguardia en temas tan sustanciales como el tratamiento a todo tipo de cáncer, la adquisición de nueva tecnología médica y la incorporación universal del Seguro Popular. En economía Michoacán salió de su marasmo. Hoy hay más empresas instaladas, mayor impulso al pequeño y mediano comercio, el turismo es una industria exitosa y un referente a nivel nacional y nuestra puerta al mundo, el Puerto Lázaro Cárdenas, es hoy por hoy el mejor del país.
El gobernador Fausto Vallejo Figueroa es posible que enfrente los mismos retos que su antecesor, una complicada relación con el gobierno federal, que es como decir el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa. El enemigo está en otro lado, sería interesante que el jefe del ejecutivo se deslinde de estas campañas de desprestigio hacia su antecesor. Lo demás, como dijo un clásico, es silencio.
Una primera hojeada al gabinete nos ofrece la congruencia del entrante gobernador; algunas caras conocidas, -demasiado-, y malas noticias para áreas como la cultura, que es presidida por un ex porro con delirios de grandeza.
Por el peso de la evidencia hay políticas que no podrían ser sustituidas de la noche a la mañana. La política debe de dejar de ser el estilo personal de gobernar, según afortunada frase acuñada por Don Daniel Cossío Villegas, y posturas como las del candidato al senado de la República, miembro de un clan del oriente del estado que no ha descollado precisamente por su brillantez, así como de otros que piensan como él que al parecer son legión, no abonan a la nueva convivencia. Me quedo con la primera forma de entendimiento entre contrarios narrada en la obra de referencia, el Caracol, el símbolo de tomar la palabra y construir algo. Quede en lo agreste de la selva política, empalado por la cabeza, el morro del cerdo, circundado de moscas, de donde sobresale inevitable, retratado para la posteridad, una grotesca sonrisa ligeramente estúpida.